El Color de Los Pajaros
Audio Type:
story
Language:
Transliterated Title:
El Color de Los Pajaros
English Title:
The Color of the Birds
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Duration:
9:27
Transcript:
El color de los pájaros
Hace cientos y cientos de años, todos los pájaros del mundo eran de color cafe. Los bosques estaban llenos de aves grandes, medianas y pequeñas, pero todas con el mismo plumaje serio y aburrido.
Esto no les gustaba para nada. Sentían mucha envidia del color rojo de las rosas en primavera, del naranja intenso de los peces payaso, del sofisticado pelaje blanco y negro de las cebras… Estaba claro que, a la hora del reparto de colores, a ellas les había tocado la peor parte.
Un día se pusieron de acuerdo para acabar con esta situación. Hartas de considerarse los seres más feos del planeta, decidieron pedir ayuda a la Madre Naturaleza.
El águila, valiente y decidida como ninguna, fue la que se encargó de solicitar una junta. Dos semanas más tarde, miles de pájaros descontentos con su aspecto fueron llamados a la mayor reunión de animales alados jamás vista hasta entonces. Los nervios flotaban en el aire porque todos tenían un gran deseo y esperaban que les fuera concedido.
La Madre Naturaleza llego al bosque a la hora acordada. Al principio fue difícil que se silenciaran porque había un tremendo alboroto, pero cuando por fin se callaron, la Madre Naturaleza habló.
– ¡Por favor, silencio! Me llamaron porque están disgustados con su color. A mí me parece que el tono madera que lucen es precioso, pero si no están conformes, vamos a intentar solucionarlo. Los llamaré uno por uno y les ruego que respeten su turno ¿De acuerdo?… ¡A ver, urraca, acércate a mí! Tú serás la primera en hacer tu petición.
La urraca se acercó lo más rápido que pudo.
– Verá usted, señora… Yo había pensado cambiar el marrón por un negro muy brillante, salpicado con unas cuantas plumas blancas en el pecho ¿Qué le parece?
– ¡Sin duda has tenido una idea muy buena! ¡Vamos allá!
La Madre Naturaleza tomo el pincel más fino que tenía, una paleta con infinitos colores, y pintó el plumaje de la urraca hasta que quedó perfecto.
¡El animal no sabía que hacer de tanto gusto! Extendió las alas y, entre aplausos, se paseó estirando el cuello para que pudieran admirarle bien.
Segundos después, un periquito chiquitín y muy listo dio unos saltitos y se posó en los pies de la Madre Naturaleza.
– ¡Me toca a mí! ¡Me toca mí!
La Madre Naturaleza se rio con ternura.
– ¡Ja, ja, ja! Tranquilo, pequeño. Te escucho.
El periquito estaba muy excitado y empezó a hablar rápidamente.
– ¡Yo quisiera ser azul como el cielo! ¡¡Y tener la cabecita y el cuello blancos como las nubes!
– ¡Fantástico! ¡Muy buena elección!
La Madre Naturaleza escogió un tono azul, y como el periquito era pequeñito, terminó en un dos por tres. El pajarito se encontró bellísimo y se presumió ante un público rendido a sus pies.
Después del periquito, le tocó al pavo real.
– ¡A mí me resulta muy difícil escoger porque me encantan todos los colores! ¿Qué tal un poco de cada uno?
– ¡No es fácil lo que pides, pero me parece estupendo! Quédate bien quieto que este va a ser un trabajo laborioso y necesito concentración.
El pavo real contuvo la respiración y no palparío hasta que la Madre Naturaleza le dijo que había terminado. El resultado fue asombroso, sin duda uno de sus mayores logros en tantos años creando y diseñando animales por todo el planeta. Los presentes se quedaron boquiabiertos y reconocieron que el pavo real se había convertido en el modelo de la elegancia y el buen gusto.
El canario se dio prisa por ser el siguiente. Pidió un único color, pero le rogó que fuera especial y sobre todo, bien visible desde la distancia. La Madre Naturaleza pensó un momento y después le aconsejó basándose en su experiencia.
– Yo creo que el ideal para ti es un amarillo intenso ¡Creo que te sentaría bien y te haría parecer más alegre de lo que ya eres!
– ¡Uy, qué ilusión, así todos se acercarán a mí! ¡Con lo que me gusta tener espectadores mientras canto!
La Madre Naturaleza le hizo un guiño y le cubrió con un deslumbrante tono que era como el de los limones maduros. Todos estuvieron de acuerdo en que era un color bellísimo que realzaba el atractivo del canario.
Y así, una tras otra, fueron desfilando ante ella todas las aves del bosque. Cuando terminó, suspiró satisfecha por el buen trabajo que hizo.
– Menos mal que ya no queda nadie porque se han acabado los colores de la paleta. He de decir que tienen razón ¡Con todos esos colores están mucho más bellos!
Los miles de pájaros aplaudieron a la Madre Naturaleza. Estaban tan agradecidos y felices… Ella, con una sonrisa de oreja a oreja, se despidió.
– Espero que a partir de hoy se sientan mejor con sí mismos. Y ahora, si me disculpan, debo irme. Estoy agotada y creo que me merezco un buen descanso.
Empezó a recoger los utensilios de pintura y cuando ya tenía casi todo guardado, vio un joven gorrión que se le acercaba con cara de desesperación. El pobre gritaba desesperadamente para llamar su atención.
– Por favor, por favor, no se vaya ¡Espere, señora! ¡Falto yo!
La Madre Naturaleza le miró con tristeza.
– ¡Oh, ¡cuánto lo siento, chiquitín!… Ya no hay nada que pueda hacer… ¡No me queda ningún color!
El gorrión se tiró al suelo y comenzó a llorar desconsolado ¡Había llegado demasiado tarde!
A la Madre Naturaleza se le encogió el corazón. Era difícil pensar que había ayudado a todos los pájaros del mundo menos a uno y se sentía muy mal ¿Qué podía hacer para solucionarlo?
De pronto, se le iluminaron los ojos. En la paleta de colores, quedaba una gotita amarilla de pintura que le había sobrado de pintar al canario. Se agachó, acarició la cabecita del gorrión y le dijo con su dulce voz:
– Levántate, amigo. Sólo me queda una gota amarilla, pero es para ti ¿Dónde quieres que te la ponga?
El gorrión se paró, se frotó los ojos para quitarse sus lágrimas, y una enorme emoción recorrió su cuerpo.
– ¡Aquí, señora, en el pico!
La Madre Naturaleza acercó un pincel redondo a su carita y dejó caer con suavidad la pizca de pintura en el piquito, tal como era su deseo. El gorrión, batiendo las alas a toda velocidad, se acercó a un charco para mirar su reflexión y se volvió loco de contento al ver lo bien que le quedaba. Todo el bosque estalló en aplausos de alegría. La Madre Naturaleza, por fin se despidió.
– Me voy, pero si algún día vuelven a necesitar mi ayuda, cuentan conmigo ¡Hasta siempre, queridos míos!
Desde ese lejano día, los bosques no volvieron a ser los mismos, pues se llenaron de aves de colores y de muchos gorriones que lucen una gotita amarilla en su carita ¡Fíjate bien la próxima vez que veas uno!