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En un pequeño pueblo rodeado de montañas, había una vieja biblioteca que casi siempre estaba vacía. Solo el eco de los pasos de Don Hilario, el bibliotecario, llenaba el lugar. Sin embargo, una tarde lluviosa, Emma y Luca decidieron entrar.
Emma, con su cabello enredado por el viento, llevaba un cuaderno en el que anotaba ideas para cuentos. Luca, con grandes gafas y mirada curiosa, siempre buscaba respuestas para preguntas que nadie más hacía.
—¿Crees que aquí haya algo interesante? —preguntó Emma, sacudiéndose el agua del abrigo.
—No sé...