Madre Hulda
Audio Type:
story
Language:
Transliterated Title:
Madre Hulda
English Title:
Mother Hulda
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Duration:
9:11
Transcript:
El cuento que van a escuchar hoy es “Madre Hulda” narrado por Maribel.
Había una vez una viuda quien tenía dos hijas. La mayor de las dos tenía un aspecto no muy agradable, pero la madre la quería demasiado porque era idéntica a ella, y porque ella si era su hija biológica.
La hija menor solo era su hijastra, por esto, y porque también era bonita y de buen corazón, la madrastra la odiaba, y hacia todo lo posible para hacerla miserable.
Un día la hija menor estaba sentada junto al poso hilando, y mientras lo hacía, ella lloraba porque era tan infeliz. Lagrimas le tapaban la vista, y se picó el dedo. Una gota de sangre salió y callo sobre el lino. La joven estaba asustada, y le daba miedo que su madrastra la regañara cuando lo viera.
Ella se inclinó sobre el borde del pozo para internar de lavarle la sangre. Cuando hiso esto, el huso se le resbalo de la mano, cayéndose dentro del pozo, y se hundió entre el agua hasta que se perdió de vista.
Peor que nada, la hija no sabía lo que la madrastra le iba hacer cuando se enterara que el huso se perdió en el poso. De todos modos, fue obligada a confesar.
La viuda sí que estaba furiosa.
“Eres una buena para nada,” le grito la madrastra. “Eres el estorbo de mi vida. Fuera de mi vista, y no regreses hasta que hayas traído el huso contigo.” La madrastra le dio un empujón a su hijastra, quien casi perdió el equilibrio.
La joven estaba muy asustada e infeliz que salió corriendo por la puerta Y sin parar a pensar, salto dentro del pozo. Para abajo y para abajo cayó, hasta que se sumergió por completo entre el agua, igual que lo había hecho el huso.
Y cuando llego hasta abajo, se encontró que había llegado a un prado verde y vasto, con un camino atravesando entre medio.
Ella siguió el camino por el prado y por un lado de la vía encontró que había un horno que estaba lleno de pan. Cuando la muchacha paso por el horno, los panes gritaron, ¡“Sáquenos de aquí! ¡Sáquenos de aquí! ¡Que si nos dejan en el horno por más tiempo nos quemaremos!”
Estuvo sorprendida al escuchar que el pan le hablara. De todos modos, ella abrió la puerta del horno y saco los panes, acomodándolos de una forma para que se enfriaran. Y luego siguió su camino.
Poco más adelante, se cruzó con un árbol de manzana. Sus ramas se estaban doblando demasiado por el peso de toda la fruta que cargaba.
“¡Sacúdanme! ¡Sacúdanme!” Lloro el árbol de manzana. “Mis manzanas están maduras y mis ramas se quebrarán por el peso que cargan.”
La joven entonces sacudió el árbol hasta que todas las manzanas cayeron en una lluvia sobre ella. Ella rejunto las manzanas, acomodándolas junto al árbol y siguió su camino.
Después de haber caminado un tiempo, llego a una casa, de donde desde la ventana se asomaba una anciana con dientes amarillos.
Sintió pavor por el aspecto de la anciana que se iba echar a correr cuando la anciana la llamo. “No tengas miedo. No te hare daño. Necesito una criada ayudante. Entra, y si me sirves fielmente, yo te recompensare muy bien.”
Escuchando esto, la joven abrió la puerta de la casa y entro.
La anciana la llevo al segundo piso de la casa y le enseño una cama de plumas. “Yo soy Madre Hulda. Yo soy la que manda el frio y que hace que nevé por todo el mundo. Cada día, le darás a mi cama una buena paliza. Y cuando salen las plumas, neva en la tierra.”
Ella se quedó con Madre Hulda por muchos meses. Cada día le daba numerosos golpes a la cama que volaban las plumas, y hubo mucha nieve ese año.
Madre Hulda sí que estaba satisfecha con ella. Era generosa con ella, y la joven tenia toda la comida que quería comer.
Lo mejor, tenía una cama muy cómoda donde dormir por la noche, pero al mismo tiempo ya cuando se terminó el invierno, ella se empezó a sentir triste. Ella quería regresar a casa y ver a su madrastra y hermana, aunque ellas nunca fueron amables con ella.
“Ya veo que es tiempo que regreses a la tierra,” dijo Madre Hulda. “Me has servido muy útil y fielmente, y te recompensaré como prometido.”
Madre Hulda abrió la puerta del closet, saco el huso de la joven y se lo dio. Luego salieron juntas por la puerta de enfrente caminando por el prado hasta llegar a un gran cerco que estaba abierto.
“Por allí encontraras tu camino,” indico Madre Hulda.
La joven paso por la puerta del cerco, y cuando lo hizo un aguacero de oro cayó sobre su cabeza. El oro se le pego a ella que estaba cubierta de pies a cabeza con oro; hasta sus zapatos y ropa.
“Esta es mi recompensa para ti, porque fuiste una maravillosa sirvienta,” le dijo Madre Hulda agradecidamente. Luego el cerco se cerró, y la joven rápidamente partió hacia la casa de su madrastra.
Cuando llego al cerco de la casa, el gallo canto, ¡“Nuestra niña de oro a regresado a casa! ¡Nuestra niña de oro a regresado a casa!”
En cuanto ella entro a la casa, en vez de estar molestas, su madrastra y hermana estaban contentas de verla, porque ella estaba cubierta en oro. Le preguntaron donde había estado todo este tiempo y quien le había dado todo ese tesoro.
Ella les conto. Y luego la madrastra e hijastra se llenaron de envidia.
“Ten! Toma tu huso,” la viuda le dijo a su propia hija. “Aviéntala en el poso, y luego brinca tras de él. Si Madre Hulda ha recompensado a tu hermana de esta forma, porque a ti no sería igual. No lo dudo que regresaras a caza cubierta de diamantes y rubís.”
La hermanastra tomo su huso y lo arrojó dentro del pozo como le había indicado su madre, y mientras su madre la despedía, ella brinco tras del huso.
Para abajo, y para abajo cayo la muchacha, como lo había hecho su hermana, hasta que llego al prado verde.
La hermanastra fue con rapidez por el camino, porque ella tenía prisa de llegar a la casa de Madre Hulda para rejuntar la recompensara. Pero primero se cruzó con el horno.
“¡“Sáquenos de aquí! ¡Sáquenos de aquí! ¡Que si nos dejan en el horno por más tiempo nos quemaremos!” gritaron los panes.
“Porque debería marchitarme YO las manos por ustedes?” les grito la hermanastra. “Quédense donde estén, si no se queman, nadie estará peor que ustedes.” Y con eso dicho, ella siguió su camino.
Un poco después, llego al árbol de manzanas, quien tenía las ramas dobladas, a punto de quebrar por el peso de la fruta.
“Sacúdanme! ¡Sacúdanme!” Lloro el árbol de manzana. “Mis manzanas están maduras y mis ramas se quebrarán por el peso que cargan.”
“Yo no,” dijo ella. “No lo sacudiré. Suponiendo que unas de las manzanas que caiga encima de mi cabeza. O unas de sus ramas, podrían romperme todos mis huesos.”
Y con eso ella siguió su camino, mordiendo una manzana que rejunto del piso.
No faltaba mucho hasta que llego a la casa de Madre Hulda. Y allí estaba Madre Hulda, asomándose por su ventana. Y la hermanastra no le temía a la anciana, ni a sus dientes amarillos, porque su hermana la buena, ya le había contado sobre ellos. Ella camino hasta la puerta y la abrió con confianza.
“He venido a ser de servicio a usted,” dijo la hermanastra sonriente, “y por la recompensa.”
“Muy bien,” dijo Madre Hulda, “Si me sirves bien y fielmente una recompensa no faltara.”
Al igual que a su hermana, Madre Hulda llevo a la hermanastra al segundo piso y le enseño la cama. Le enseño como la debía de sacudir y golpearla. Y luego la dejo sola para que hiciera su trabajo.
La hermanastra empezó a golpear la cama, pero muy pronto se agotó, y bajo a preguntar si pronto estaría lista la cena. Madre Hulda frunció el ceño, pero no dijo nada, y le dio una buena cena de pan y carne a la muchacha.
Al siguiente día la hermanastra casi ni golpeo la cama, y al día después de ese, fue peor. Al fin de la semana, casi ni había copos de nieve flotando sobre el mundo.
“Tu jamás servirás para mí,” dijo Madre Hulda, “Tendrás que irte.”
“Muy bien, estaré dispuesta,” le contesto la hermanastra, pero luego le exigió, “pero deme mi recompensa primero.”
“Si recibirás tu recompensa,” dijo Madre Hulda, “y te lo mereces.”
Madre Hulda abrió el closet, y saco el huso, y se lo dio. Guio a la hermanastra hasta el camino que llegaba al cerco abierto. Y la muchacha estaba muy contenta.
Ella pensaba a sí misma “Ahora en un momento, estaré cubierta en oro al igual que lo estuvo mi hermana. Al menos que sea cubierta en diamantes y rubís.”
“Allí esta tu camino de vuelta,” le indico Madre Hulda.
La hermanastra corrió por el cerco, pero en vez de diamantes o oro, una lluvia de hollín cayó sobre ella, que estaba cubierta en negro de cabeza a pies.
“Esta es la recompensa por tus servicios,” le exclamo Madre Hulda a la muchacha. Luego cerro el cerco con candado para que la hermanastra no regresara.
La hija floja corrió hasta llegar a casa, llorando, y cuando paso por el cerco de su casa, el gallo grito, riéndose, “Nuestra niña hollinienta ha regresado., nuestra niña hollinienta ha regresado”
Aunque intento todo lo que pudo, la hermanastra nunca pudo quitarse todo el hollín de si misma.
Mientras, a la hermana buena, ella se caso con un comerciante generoso y vivieron felizmente.