El Leon de Oro
Audio Type:
story
Language:
Transliterated Title:
El Leon de Oro
English Title:
The Golden Lion
Audio File:
Duration:
8:23
Transcript:
El cuento que van a escuchar hoy es “El León de Oro” narrado por Maribel.
Había una vez un mercante rico que tuvo tres hijos. Cuando crecieron, el mayor hijo le dijo, “Padre, deseo viajar y conocer el mundo. Le pido permiso que me deje ir.”
Entonces el padre ordeno que un barco bonito fuera hecho para él, y el joven navego. Después de un tiempo, detuvieron el barco en un pueblo grande, y el hijo desembarco en el muelle.
Lo primero que vio fue un volante con la noticia escrita diciendo que, si cualquier hombre pudiera encontrar a la hija del rey entre ocho días, el consiguiera casarse con ella, pero si intentaba y fracasaba, lo lanzarían a los tiburones.
El muchacho pensó por un momento, “esto no debe ser muy difícil.” Y pidió una audiencia con el rey, diciéndole que deseaba buscar a la princesa.
“Por supuesto,” le contesto el rey, “tienes todo el palacio para buscarla. Pero recuerda lo que te espera si fracasas.”
El rey ordenó que se abrieran las puertas, y que comida y refrescos fueran servidos al joven, quien después de haber consumido, empezó ir en busca de la princesa.
El registro por cada rincón, cada armario y cada alacena del castillo, pero la princesa no estaba entre ellos. Se completaron los ocho días y el joven se dio por vencido, y los tiburones cenaron rico esa noche.
Tiempo paso, ni su padre ni sus hermanos tenían noticias de él, y estaban muy preocupados. Al fin, el segundo hermano no podía aguantar de no saber nada, y dijo a su padre, “Querido padre, le ruego que por favor me preste un barco y un poco de dinero para ir en busca de mi hermano.”
Así que otro barco fue hecho para el. El muchacho navego, y por el viento fue soplado al mismo pueblo que su hermano mayor.
Cuando vio que el barco de su hermano estaba anclado al muelle, él pensó a sí mismo, “No debería estar muy lejos de aquí.”
Al igual que su hermano, lo primero que vio el joven fue el volante con la proclamación sobre la princesa, y expresó, “De seguro que él fue en busca de ella, y creo que por desgracia conoció a los tiburones.”
“Yo intentare ir en busca de ella, al igual que él lo hizo.”
El segundo hermano se confió mucho. Y al fin de los ocho días, corrió con la misma suerte que su hermano mayor.
Solo quedaba el hermano menor en casa, y cuando sus dos hermanos nunca regresaron, él le suplico a su padre por un barco para ir en busca de sus hermanos perdidos.
Mientras navegaba el hermano joven, el viento también soplo su barco al muelle donde estaba la proclamación.
“Quien encuentre la hija del rey la tendrá como su esposa. Es claro lo que sucedió con mis hermanos. A pesar de todo, yo creo que debería internarlo,” dijo el hermano menor, y tomo rumbo hacia el castillo.
Mientras andaba, se cruzo en su camino una pobre anciana que lo detuvo a pedirle dinero.
“Déjeme en paz, anciana,” él le dijo.
“Por favor no me deje con las manos vacías,” ella le suplico. “Un hombre joven y guapo como usted, no sería tan cruel en no darle unas monedas a una vieja anciana.”
“Le he dicho, déjeme en paz.”
“Tiene algún problema? Si me lo cuento tal vez yo pueda ayudarlo,” ella le dijo.
El hermano le conto todo, y como deseaba encontrar la hija del rey.
“Yo fácilmente puedo arreglar eso para usted, si tiene suficiente dinero.” Ella le contesto.
“De eso, me sobra.”
“Entonces llévelo al orfebre, y dígale que convierta las monedas en un león de oro, con ojos de cristal, y por dentro debe tener algo que pueda tocar música. Cuando este listo, me lo trae.”
El joven hizo lo que le ordeno la anciana, y después que el león de oro fue creado, la vieja señora escondió al muchacho dentro del león. La anciana luego llevo al león de oro al rey quien estaba tan encantado con el que lo quería comprar.
Y ella contesto, “No me pertenece a mí. Le pertenece a mi patrón, quien no lo vendería por ningún precio.”
“Al paso, déjemelo por unos días. Me gustaría enseñárselo a mi hija.” El rey le pidió.
“Eso si puedo hacer,” dijo la anciana, “pero mañana regresare por él.” Y con eso, ella se fue.
El rey se quedo viendo tras de ella hasta que se perdió de vista, para asegurarse que no lo estuviera espiando.
Él se llevó el león de oro a su cuarto, y levanto unas tablas de piso que estaban sueltas. Bajo el piso había una escalera, que descendía hasta llegar a una puerta. El deslaquio la puerta y se encontró por un pasillo angosto hasta llegar a otra puerta, la cual el rey también abrió.
El joven hermano, escondido dentro el león de oro, tomo nota de todo, y concluyo que eran siete puertas las que habían atravesado.
Después de la última puerta llegaron a un lindo salón, donde se encontraba la princesa con sus once amigas. Las doce muchachas tenían puesta la misma ropa y eran idénticas una a la otra.
“Que mala suerte,” pensó el joven, “aunque haiga podido descubrir donde esta escondida la princesa, no se como podre distinguir cual es la princesa.”
La princesa corrió hacia su padre exclamando, “Por favor déjanos quedarnos con el león de oro por esta noche.”
El rey no se quedo por mucho tiempo, y antes de irse, les dejo el león a las jovencitas, quien se divirtieron con el león por un tiempo, pero después les pego sueño, y era hora de irse a dormir. Pero la princesa tomo el león de oro a su cuarto y lo sentó en su mesita de noche.
Estaba empezando a quedarse dormida cuando escucho una voz muy cercas de ella.
“Linda princesa, si nomas supieras por lo que e pasado para poder encontrarte.”
La princesa entonces salió brincada de su cama. “El león! ¡El león!” ella exclamo, pero sus amigas, pensando que solo estaba teniendo una pesadilla, no se molestaron en levantarse.
“Linda princesa,” siguió hablando la voz, “no tengas miedo. Yo soy el hijo de un rico mercante, y deseo mas que nada que seas mi esposa. Y para poder lograr eso, e tenido que esconderme dentro de este león de oro.”
“Pero de que servirá de eso?” ella pregunto. “Si no me puedes escoger entre mis compañeras, de todos modos, te echaran a los tiburones.”
“Ahora serás tú quien me tenga que ayudar,” él le suplico.
“Está bien, escúchame. Al octavo día, yo me amarare una bufanda blanca alrededor de mi cadera, y de esa manera sabrás que soy yo.”
El siguiente día por la mañana, el rey fue a rejuntar el león de oro, porque la anciana ya avía llegado al palacio preguntado por el.
Después que le entregaron el león de oro, y estuviera fuera del castillo, la anciana dejo salir al joven dentro del león. El regreso al castillo del rey, y le dijo que deseaba buscar la princesa.
“Muy bien,” dijo el rey, quien para este tiempo estaba enfadado de repetir la misma frase. “Tienes permiso de buscar a la princesa por todo mi castillo, pero si fracasas, salúdame a los tiburones.”
Entonces el joven se quedo en el castillo; comiendo y ojeando todas las cosas bellas alrededor de él, y de vez en cuando, pretendía ocupadamente buscar a la princesa, entre todos los rincones y los armarios.
Para el octavo día, entro al cuatro del rey, quien estaba sentado en su sillón. “Remuevan todas las tablas de este piso,” ordeno el joven.
¿El rey pego un yanto, “porque quiere destruir el piso? No hay nada allí.”
Todos los cortesanos del rey se mantenían parados vigilándolo, que el no pudo poner más objeciones y ordeno que removieran las tablas del piso, como lo había pedido el joven.
El joven entonces descendió las escaleras que se encontraron bajo del piso hasta llegar a la puerta, y ordeno que le diera la llave para abrirla. El rey fue obligado a deslaquiar la puerta, y las siguientes puertas de esa, hasta que todas las siete puertas estaban abiertas.
Cuando llegaron al salón, las doce muchachas estaban paradas en fila, una enseguida de la otra, así que nadie las podía distinguir.
Pero cuando el joven, miro a una de ella en los ojos, ella calladitamente saco una bufanda blanca, amarándosela en la cintura.
El joven fue hacia ella y dijo, “Esta es la princesa, y deseo casarme con ella.”
Y el rey aceptó su derrota, y ordeno que una gran fiesta tomara lugar.
Después de ocho días, la pareja feliz se despidió del rey y navegaron hacia el país del novio, y con el barco lleno de tesoros que era el dote de la princesa.
Pero ellos no se olvidaron de la anciana, quien les ayudo a encontrar su felicidad, y le regalaron suficiente dinero para que viviera cómodamente el resto de sus días.