La suerte puede estar en un palito
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La suerte puede estar en un palito
Hoy les voy a contar un cuento sobre la suerte. Todos conocemos la suerte; algunos la ven durante todo el año, otros solo de vez en cuanto. Pero todos la vemos en alguna ocasión.
Érase una vez un hombre pobre, nacido en la miseria, criado en ella y en ella casado. Era tornero, y hacía principalmente anillos de paraguas; pero apenas ganaba para vivir.
-¡Nunca encontraré la suerte! -decía. Advierto que es una historia verdadera, y que podría decirles el país y el lugar donde residía el hombre, pero no viene al caso.
Los coloridos arbustos crecían en torno a su casa y en su jardín, formando un magnífico adorno. En el jardín había también un peral, pero no daba peras; sin embargo, en aquel árbol se ocultaba la suerte, se ocultaba en sus peras invisibles. Una noche hubo un viento horrible; en los periódicos vino la noticia de que un carruaje había sido volcada y arrastrado por la tempestad. No nos extrañará, pues, que también rompiera una de las mayores ramas del peral.
Llevaron la rama en el taller, y el hombre, por pura broma, hizo con su madera una gruesa pera, luego otra menor, una tercera más pequeña todavía y varias de otros tamaños.
De esta manera el árbol hubo de llevar fruto por una vez siquiera. Después el hombre dio las peras de madera a los niños para que jugasen con ellas.
En un país lluvioso, el paraguas es un objeto de primera necesidad. En aquella casa pobre, solo había uno roto para toda la familia.
Cuando el viento soplaba con mucha violencia, lo volvía del revés, y dos o tres veces lo rompió, pero el hombre lo reparaba. Lo peor de todo, sin embargo, era que el botón que lo sujetaba cuando estaba cerrado, saltaba con mucha frecuencia, o se rompía la anilla que cerraba el armazón.
Un día se cayó el botón; el hombre, buscándolo por el suelo, encontró en su lugar una de aquellas minúsculas peras de madera que había dado a los niños para jugar.
-No encuentro el botón -dijo el hombre-, pero este pequeño objeto podrá servir igual-. Hizo un agujero en él, pasó una cinta y la perita se adaptó a la anilla rota. Indudablemente, era el mejor sujetador que había tenido el paraguas.
Al año siguiente, el hombre envió puños de paraguas a la capital, envió también algunas de las peras de madera ahora torneadas con media anilla, rogando que las prueben;
Allí se dieron muy pronto cuenta de que la perita sujetaba mejor que todos los botones, por lo que solicitaron del comerciante que todos los paraguas vinieran cerrados con una perita.
¡Cómo aumentó el trabajo! ¡Peras por millares! Peras de madera para todos los paraguas. Al hombre no le quedaba un momento de reposo, tornea y tornea. Todo el peral se transformó en pequeñas peras de madera.
-¡En el peral estaba escondida mi suerte! -dijo el hombre. Y montó un gran taller con trabajadores y aprendices. Siempre estaba de buen humor y decía: -La suerte puede estar en un palito del per