El Cuento de la Ardilla Nuezcillo
Transcript:
El cuento que van escuchar hoy es “El Cuento de la Ardilla Nuezcillo” narrado por Maribel.
Éste es un cuento sobre una cola, una cola que pertenecía a una ardillita roja que se llamaba Nuezcillo.
Tenía un hermano llamado Caramelo y muchos primos: Todo vivían en un bosque a orillas de un lago.
En medio del lago había una isla cubierta de árboles y arbustos de nogales; y entre esos árboles se alza un roble hueco, que es la casa de un búho al que llaman Viejo Marrón.
Un otoño, cuando las nueces estaban maduras y las hojas de los avellanos estaban doradas y verdes, Nuezcillo y Caramelo y todas las demás ardillitas salieron del bosque y bajaron hasta la orilla del lago.
Hicieron pequeñas balsas con ramitas y remaron sobre el agua hasta la isla de los búhos para recoger nueces.
Cada ardilla tenía un pequeño saco y un gran remo, y extendía la cola a modo de vela.
También llevaron una ofrenda de tres ratones gordos como regalo para el Viejo Marrón, y los depositaron en el umbral de su puerta.
Entonces Caramelo y las otras ardillitas hicieron sendas reverencias y dijeron educadamente…
“Viejo Sr. Marrón, ¿nos daría permiso para recoger nueces en su isla?”
Pero Nuezcillo era excesivamente impertinente en sus modales. Se balanceaba arriba y abajo como una cereza roja, cantando…
“¡Adivíname, adivíname, a-di-vi-na-me!
¡Un hombrecito, con un abrigo rojo!
Un bastón en la mano y una piedra en la garganta;
Si me dices este acertijo, te daré unas semillitas”.
Ahora bien, este acertijo es tan viejo como las colinas; el Sr. Marrón no prestó ninguna atención a Nuezcillo.
Cerró los ojos obstinadamente y se durmió.
Las ardillas llenaron sus pequeños sacos de nueces y, al atardecer, volvieron a casa.
A la mañana siguiente volvieron todos a la Isla de los Búhos, y trajeron un topo bien gordo, lo pusieron sobre la piedra que había delante de la puerta del Viejo Marrón y dijeron-.
“Sr. Marrón, ¿nos concedería su amable permiso para recoger más nueces?”
Pero Nuezcillo, que no tenía ningún respeto, empezó a bailar arriba y abajo, haciéndole cosquillas al viejo señor Marrón con una ortiga.
El Sr. Marrón se despertó de repente y llevó al topo a su casa, ye cerró la puerta en las narices de Nuezcillo.
Al poco rato, humo azul salio desde la copa del árbol, y Nuezcillo se asomó por el ojo de la cerradura y cantó-
“¡Una casa llena, un agujero lleno!
¡Y no puedes reunir un tazón lleno!”
Las ardillas buscaron nueces por toda la isla y llenaron sus pequeños sacos.
Pero Nuezcillo recogió se sentó a jugar a las canicas y a vigilar la puerta del viejo señor Marrón.
Al tercer día, las ardillas se levantaron muy temprano y se fueron a pescar; pescaron siete pececillos gordos como regalo para el viejo Brown.
Remaron sobre el lago y aterrizaron bajo un castaño torcido en la Isla de los Búhos.
Caramelo y otras seis ardillitas llevaban cada una un pez gordo; pero Nuezcillo, que no tenía buenos modales, no trajo ningún regalo. Corrió delante, cantando…
“El hombre del desierto me dijo,
¿Cuántas fresas crecen en el mar?
Le contesté como me pareció bien…
‘Tantos arenques rojos como crecen en el bosque'“.
Pero al viejo Sr. Marrón no le interesaban las adivinanzas, ni siquiera cuando la respuesta era obvia.
Al cuarto día, las ardillas trajeron de regalo seis gordos escarabajos, que para el viejo Marrón eran tan buenos como las ciruelas en el budín de ciruelas. Cada escarabajo estaba envuelto cuidadosamente en una hoja de muelle, sujeta con un alfiler de aguja de pino.
Pero Nuezcillo cantó tan rudamente como siempre-
“Viejo Sr. Marrón! ¡A-di-vi-ne-me!
Harina de Inglaterra, fruta de España,
Se reunieron bajo un chaparrón;
Meter en una bolsa atada con un cordel,
Si me dices este acertijo, ¡te daré un anillo!”.
Lo cual era ridículo por parte de Nuezcillo, porque no tenía ningún anillo que darle al viejo Marrón.
Las otras ardillas iban de un lado a otro de los arbustos de nueces, pero Nuezcillo recogía alfileteros de petirrojo de un zarzal y los llenaba de alfileres de aguja de pino.
Al quinto día, las ardillas trajeron miel silvestre; era tan dulce y pegajosa que se chuparon los dedos al depositarla sobre la piedra.
Pero Nuezcillo saltaba arriba y abajo.
El viejo señor Marrón levantó los ojos con disgusto ante la impertinencia de Nuezcillo. ¡Pero se comió toda la miel!
Las ardillas llenaron sus pequeños sacos de nueces.
Pero Nuezcillo se sentó sobre una gran roca plana y jugó al boliche con una manzana cangrejo y unos abetos verdes.
El sexto día, que era sábado, las ardillas volvieron a venir por última vez; traían un huevo recién puesto en una pequeña cesta de junco como último regalo de despedida para el viejo Marrón.
Pero Nuezcillo corrió delante riendo y gritando.
Ahora el viejo señor Marrón se interesaba por los huevos; abría un ojo y lo volvía a cerrar. Pero seguía sin hablar.
Luego Nuezcillo hizo un zumbido como si fuera el viento, ¡y dio un salto corriendo hasta la cabeza del viejo Marrón!…
Entonces, de repente, se oyó un aleteo, ¡un roce y chirrido filoso!
Las otras ardillas se escabulleron entre los arbustos.
Cuando regresaron con mucha cautela, asomándose alrededor del árbol, allí estaba el viejo Sr. Marrón, sentado en el umbral de su puerta, muy quieto, con los ojos cerrados, como si no hubiera pasado nada.
¡Pero Nuezcillo estaba en el bolsillo de su chaleco!
Esto parece el final de la historia, pero no lo es.
El viejo Marrón llevó a Nuezcillo a su casa y lo sujetó por la cola con la intención de despellejarlo, pero Nuezcillo tiró con tanta fuerza que la cola se le partió en dos, subió corriendo la escalera y escapó por la ventana del desván.
Y hasta el día de hoy, si te encuentras a Nuezcillo en un árbol y le preguntas una adivinanza, te tirará palos, dará pisotones y te regañará, ¡y gritará, “Vete de aquí o te muerdo la panza!”