Blanca Nieves y Rosa Flor (Snow White and Rose Red)
Audio Type:
story
Language:
Transliterated Title:
Blanca Nieves y Rosa Flor
English Title:
Snow White and Rose Red
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Duration:
10:33
Transcript:
“Blanca Nieves y Rosa Flor”
Había una vez una viuda que vivía en una cabaña. Y enfrente de esa cabaña había dos rosales, uno tenía rosas blancas y el otro, tenía rosas rojas. La viuda tuvo dos hijas quienes eran igualitas a los rosales, por lo cual una hija se llamaba Blanca Nieves y la otra Rosa Flor. Eran muchachas buenas y felices, siempre ocupadas y dulces como cualquier otra muchacha lo pudiera ser.
Blanca Nieves era más callada y tímida que Rosa Flor. A Rosa Flor, le gustaba correr por los pastos, buscando flores y mariposas, mientras a Blanca Nieves le gustaba quedarse en casa con su madre, ayudándole con los quehaceres de la casa, o leyendo libros cuando no había nada que hacer.
Las hermanas se llevaban tan bien que siempre se tomaban de la mano cuando salían juntas. Blanca Nieves decía, “nunca nos separaremos, una de la otra.” Y Rosa Flor contestaba, “estaremos juntas para siempre.”
De vez en cuando ellas corrían al bosque y juntaban moritas. Ninguna creatura del bosque les hacía daño, si no que andaban junto a ellas con confianza. El conejo comiendo lechuga, un venadito comiendo pasto, y los pajaritos en las ramos de los arboles cantando las canciones que sabían.
Blanca Nieves y Rosa Flor mantenían la casa de su madre limpia y con cada cosa en su lugar. En el verano, Rosa Flor cuidaba de la casa y cada mañana le ponía una corona de flores junto a la cama de su madre.
En el invierno, Blanca Nieves hacia un fuego en la chimenea de la sala y ponía a calentar la cafetera. Por la tarde, cuando del cielo caían copitos de nieve, su madre le decía a Blanca Nieves “ve y ponle la cerradura a la puerta.”
La mama se sentaba en su silla mecedora junto a la chimenea y se ponía a leerles cuentos de un libro grande que tenía. Blanca Nieves y Rosa Flor se sentaban enfrente de ella y las creaturas de la casa también se arrimaban. La borreguita acostada entremedio de las hermanas, y la paloma blanca arriba de una percha con la cabecita escondida entre sus halitas.
Una noche, mientras estaban cómodamente sentadas, alguien llamo a la puerta con urgencia como si estuvieran desesperados por entrar.
La madre dijo, “Rosa Flor rápido, ve y abre la puerta, que puede ser un viajero que puede estar buscando donde pasar la noche.” Rosa Flor fue a la puerta y le quito la cerradura. Abrió la puerta pensando que era un viajero, pero no lo era; era un oso, grande y negro, quien empezó a meter su cabeza por la puerta.
Rosa Flor grito y brinco hacia tras para esconderse, la borreguita empezó a bramar y la paloma empezó a volar en círculos por el aire. Blanca Nieves se escondió detrás de la silla de su madre cuando el Oso empezó a hablar “no tengan miedo, no les hare daño. Me estoy congelando por lo frio, necesito un poco de fuego y calor para calentarme.”
La madre se compadeció del Oso y dijo, “Pobre oso. Venga y siéntese enfrente de la chimenea, que el fuego esta recién encendido, pero con cuidado no quemarse su pelo.”
“Blanca Nieves, Rosa Flor. Salgan, no tengan miedo. El Oso no las va lastimar, el no viene a hacernos daño.”
Las hermanas salieron de su escondite, mientras la borrega y la paloma se tranquilizaron.
Antes de entrar a la cabañita, el Oso sacudió su pelo que estaba cubierto de nieve. Luego fue y se sentó enfrente del fuego, quedándose dormido.
No paso mucho tiempo que todos se empezaron a tener confianza y tratarse como amistades.
La madre seguía leyendo cuentos de su libro a sus hijas y al Oso, quien llegaba todas las tardes cuando se oscurecía y ponía frio. El Oso se quedaba durmiendo en la sala junto a la chimenea, mientras Blanca Nieves y Rosa Flor dormían en el cuarto con su madre. Cuando empezaba a salir el sol y estaba menos frio, el Oso se levantaba y se iba.
Esto siguió todo el invierno hasta que llego la primavera y todo se puso verde afuera. El Oso le dijo a Blanca Nieves “Ahora me tengo que ir y no podre venir por todo el verano.”
“Pero porque Oso?” le pregunto Blanca Nieves.
El Oso le explicó, “Tengo que irme al bosque a proteger mis tesoros de unos malvados duendes. En el invierno, cuando la tierra está congelada, los duendes se esconden bajo tierra sin poder salir, pero ahora que el sol ha salido y derritió la nieve, los malvados duendes pueden salir de sus cuevas y roban lo que puedan, y todo lo que roban nunca es visto devuelta por su dueño.
Blanca Nieves estaba triste porque el Oso se iba, pero de todos modos ella le quito la cerradura a la puerta para que el saliera. El Oso corrió apresuradamente y muy pronto desapareció entre los arboles del bosque.
Paso un corto tiempo y la madre mando a sus hijas al bosque para rejuntar leña. Mientras andaban por el bosque, Blanca Nieves y Rosa Flor encontraron un árbol caído. Y junto al tronco del árbol había un duende viejo, saltando para arriba y abajo del árbol, como si fuera un perro atado a un chicote.
Acercándose las hermanas vieron que el duende tenia una barba de un metro de largo, y esa barba estaba atorada entro la tierra y el árbol que había caído.
Cuando el duende vio a Blanca Nieves y Rosa Flor, con sus ojos llenos de enojo, él les grito “Que hacen paradas allí!? Que no pueden venir ayudarme?”
“Que haces? Porque estas atorado?” pregunto Blanca Nieves.
“Como que porque?! Yo nomas iba cortando un poco de leña para cocinar cuando el árbol cayó tan rápido que no puede sacar mi barba a tiempo, mi pobre barba tan blanca y larga.”
Las hermanas intentaron todo lo que pudieron, pero no podían liberar la barba debajo del árbol.
“Ire a pedir ayuda,” dijo Rosa Flor.
“Niña tonta, porque iras por ayuda? Ustedes dos ya son mucho para mi,” les rezongo el duende. “Que no pueden pensar en algo mejor?!
“No seas tan impaciente,” dijo Blanca Nieves. “Yo te ayudare.” Entonces ella saco unas tijeras de su bolsillo y cortó las puntas de la barba.
Asi que se sintió libre el duende, soltó la bolsa que estaba sujetando, la cual estaba llena de oro y les grito, “Que les pasa?! Como se atreven a cortar un pedazo de mi linda barba?! Las maldigo a las dos!”
Con esas palabras, el duende rejunto la bolsa que había soltado y se echó a correr, sin darles una segunda mirada a las hermanas.
La siguiente semana la madre mando a sus hijas al pueblo a comprar unas agujas, hilo de coser, encajes y cintas.
Mientras ellas caminaban hacia la carretera para ir al pueblo encontraron que había unas rocas grandes al lado.
Notaron que había un águila grande circulando en el aire sobre las piedras, hasta que aterrizo.
Inmediatamente se escucharon unos chillidos. Corriendo hacia los gritos las hermanas vieron en horror como el águila encajaba sus garras en el duende e intentaba llevárselo.
Aunque el duende no fue amable con ellas, las hermanas no podían dejar que el águila se lo llevara. Antes que el águila tomara vuelo, las hermanas pudieron tomar al duende de los brazos. Ellas jalaban para un lado y el águila para el otro.
Las hermanas unidas tenían más fuerza que el águila que con un último jalón el duende estaba libre del águila. Pero el águila no se fue sin nada porque entre sus garras tenía una bota del duende.
Viendo que el águila se había ido el duende exclamo. “Que no lo podían haber hecho con más cuidado? Miren mi abrigo café! Esta roto y lleno de agujeros. Como serán tan torpes?!
Sin esperar que le contestaran, el duende tomo su bolsita de piedritas y se metió en un hoyo que estaba debajo de unas de las rocas.
Y Blanca Nieves y Rosa Flor siguieron su camino.
Cuando terminaron con el mandado de su madre, las hermanas tomaron el mismo camino para regresar a casa.
Llegando al camino con las rocas, las hermanas se sorprendieron al encontrar al duende al aire libre después por lo que paso en la mañana con el águila.
El duende había sacado las piedritas de la bolsa y las había acomodado en un lugar donde no se ensuciarían.
Las piedritas eran de muchos colores y brillaban aún más con la luz del sol, que Blanca Nieves y Rosa Flor no podían pero detenerse a admirarlas.
“Pero que hacen paradas allí?!” Les grito el duende cuando las vio, su cara poniéndose más y más roja con cada segundo que pasaba.
El siguió gritándoles cuando se escuchó un gruñido muy fuerte. Todos voltearon, y vieron que era un oso. Este oso había salido del bosque y venia corriendo hacia ellos.
El duende brinco del susto y corrió, pero no pudo llegar a su hoyo a tiempo. El Oso lo había alcanzado y el duende estaba atrapado debajo de la garra del oso.
Con una voz temblando el duende dijo, “por favor señor Oso, no me coma. Déjeme vivir. Míreme, soy puro huesos, no le sabre a nada! Porque no se come a esas malvadas muchachas? Ellas están rellenitas, por favor cómaselas!
En lugar de hacerle caso, el Oso se distrajo por todas las piedritas, que todavía brillaban con lo que quedaba de sol. Sujetando al duende con una garra, el Oso camino hacia las piedritas, y las rejunto con la otra.
“Que haces? Suelta mis tesoros! Son mías!” exclamo el duende, tratando de liberarse de las garras del Oso.
El Oso miro de las piedritas al duende, y devuelta. Entonces El Oso empezó a abrir su trompa sin quitarle la vista al duende.
Tan pronto la cara del duende cambio de enojo a de susto por la mirada que tenía el Oso, y pego su último grito.
Al escuchar los aullidos del duende, Blanca Nieves y Rosa Flor se echaron a correr.
De tras de ella alguien grito, “Blanca Nieves! Rosa Flor! No tengan miedo. Espérenme!”
Reconociendo la voz que era de su amigo El Oso, las hermanas se detuvieron y voltearen a ver un muchacho hermoso, cubierto en ropa de oro. Y ha tras de él estaba un oso del tamaño del duende, jalándose sus propios pelos y gruñendo.
“Soy el hijo del rey,” dijo el muchacho. “Este duende me puso un hechizo y me robo mis tesoros. Estado convertido un oso viviendo en el bosque. Al comerme la piedritas que le pertenecían al duende se rompió el hechizo, y ahora el pasara el resto de su vida como oso.”
Llego fin de verano, y Blanca Nieves se casó con en el Principe y Rosa Flor se casó con el hermano del Príncipe. Mientras el duende siguió como oso, nunca cambiando de tamaño.
La madre, contenta de ver lo feliz que estaban sus hijas, siguió viviendo en su cabaña por el resto de su vida, con sus dos rosales, uno con rosas blancas y otro con rosas roj