Problemas de pirata
Audio Type:
story
Language:
English Title:
Pirate Problems
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Duration:
14:59
Transcript:
Este cuento se llama Problemas de pirata, escrito por Ryan Aoto y leído por Daniel Fernando. Esta es una grabación de LibraryCall.
El Capitán Colerico era un pirata peligroso y temido por muchos. Pero estaba teniendo una semana bastante mala. Su barco se había dañado durante una batalla. Sin otra opción, el capitán y sus hombres se escondieron en una isla desierta para reparar el barco.
El Capitán Colerico odiaba las islas desiertas. El Capitán Colerico odiaba muchas cosas, pero de todas ellas, las islas desiertas eran lo que más odiaba.
Las islas desiertas tenían mucha arena. El Capitán Colerico odiaba la arena. Se le metía en las botas y le picaba los pies. Odiaba cuando le picaban los pies. De alguna manera, la arena se le metía hasta en el sombrero. Su sombrero era una de las pocas cosas que él amaba. Solo pensando en arena invadiendo su querido sombrero lo hacía enojar.
En las islas desiertas también habían bichos. El Capitán Colerico odiaba los bichos. Los mosquitos eran malos. Hubo una noche cuando, cada vez que el capitán Colerico estaba a punto de dormirse, un mosquito volaba justo al lado de su oreja, haciendo el zumbido más fuerte posible. Cuando abría los ojos para atraparlo, solo había silencio. ¡Tan cuanto cerraba los ojos, el zumbido regresaba! Sus hombres tuvieron que correr a quitarle la pistola de las manos. Él había disparado hoyos en las paredes tratando de darle al mosquito.
Sin embargo, los mosquitos no eran los únicos que odiaba el Capitán Colerico. Eran todos los bichos. Hasta las mariposas. De hecho, los bichos que más odiaba eran las mariposas. Todos siempre hablaban y hablaban de lo hermosas que eran las mariposas. Qué qué padre era que se transformaban de oruguitas lindas a crisálidas delicadas y, finalmente, a mariposas majestuosas. Pero el capitán Colerico pensaba que eran puras trampas que las mariposas usaban para disfrazar el hecho de que solamente eran moscas gigantes. Los bichos tramposos eran el peor tipo de bichos.
Las islas desiertas también tenían plantas. El capitán Colerico no odiaba las plantas. Odiaba el color verde. La mayoría de las plantas son verdes, entonces las odiaba por asociación.
No hace falta decir que después de una semana atrapado en una isla desierta, con sus playas llenas de arena, mariposas y selvas verdes y exuberantes, el capitán Colerico estaba de muy mal humor. Le había ordenado a sus hombres que lo dejaran en paz y él solo se había ido a sentar debajo de un árbol. Era un buen capitán, así que sabía cuándo alejarse. Todo el mundo espera que un pirata temido y peligroso sea malo, pero el capitán Colerico sabía que si le gritaba demasiado a sus hombres, renunciarían. ¿Y quién es un capitán sin sus hombres?
El capitán Colerico encontró un lugar decente para sentarse y relajarse. Cerró los ojos y se concentró en su respiración. Se imaginó a sí mismo en un lugar más feliz. Se imaginó a sí mismo brincando al aire y aterrizando en un barco enemigo, sujetando su espada firmemente entre los dientes y a su enemigo con los ojos llenos de miedo.
Estuvo sentado ahí solo unos minutos cuando su primer oficial se le acercó con una cubeta grande en las manos.
"Este…, disculpe Capitán", dijo el primer oficial. Tenía la cabeza agachada, pateando la arena suavemente.
“¿Sí, señor Rufián?”, respondió el capitán Colerico con un suspiro.
"Estábamos reparando el barco, señor, y tuvimos un problema con… esta cubeta".
"Con la cubeta", dijo el capitán Colerico lentamente.
"Sí, señor. Hay un hoyo en la cubeta”.
El capitán Colerico respiró hondo y trató de calmarse antes de responder.
"¿Por qué no la arregla, señor Rufián?", dijo después de un momento.
"¡Sí, Señor!" Respondió el señor Rufián. “De inmediato, señor. Este…. ¿Con qué la arreglamos?
El capitán Colerico cerró los ojos y respiró otra vez.
“¿De qué está hecha la cubeta, señor Rufián?”
"De madera, señor".
“Entonces arréglela con madera”.
"¡Sí, señor! De inmediato, señor”.
El primer oficial se volteó para irse, pero paró.
“Este…”
"¿Hay algo más?"
“¿Cómo conseguimos la madera, señor?”
"Con un hacha, bobo", espetó el capitán Colerico. Paró y respiró hondo otra vez. Intentó imaginarse a sí mismo meciéndose suavemente en el mar. "Digo, agarre el hacha y corte un poco de madera". Señaló hacia los árboles detrás de él.
"¡Sí, señor! ¡Ahorita mismo, señor! Este…”
"¿Qué más?"
“Bueno, el hacha está desafilada y no sirve, Capitán. De hecho, la hemos estado usando como un martillo”.
"No es lo único que no sirve por aquí", dijo el Capitán en voz baja.
"¿Cómo, señor?"
"Nada. Si el hacha está desafilada, afílela”.
"Sí, capitán. Ahora mismo, Capitán. Este…”
“¿Qué más?”, dijo el capitán Colerico, con los puños cerrados.
“¿Cómo la afilamos, señor?”
"¿Cuánto tiempo ha sido mi primer oficial, señor Rufián?"
"No lo sé, señor".
"Se siente como bastante tiempo".
"Sí, señor."
"Demasiado tiempo… recuérdeme por qué nunca lo he hecho caminar por la plancha".
"Soy su sobrino, señor".
"Así es." El capitán Colerico respiró hondo otra vez. "Necesita usar una piedra de agua para afilar el hacha".
“¿Una piedra mojada, capitán? ¿Como de debajo del mar?”
“No cualquier piedra que esté mojada. Una piedra de agua es una piedra pequeña, muy plana y muy lisa, y es excelente para afilar espadas. Y sí – la piedra de agua tiene que estar mojada para que funcione correctamente”.
El señor Rufián parpadeó un par de veces en silencio.
"No entiendo, capitán".
"¿Sabe que cosa que usamos para afilar nuestras espadas?"
"Sí, capitán."
"¿Dónde está?"
“Haragán la tiene”
“¿Y Haragán por qué no la está usando para afilar el hacha?”
"Bueno, tiene que estar mojada, señor".
"Sí...?"
"Y está seca, señor".
"¡Entonces mójela!" El capitán explotó. "¡Tome un poco de agua y tírela sobre la piedra!"
"¡Sí, capitán! ¡Ahora mismo, Capitán! Este…”
"¡¿QUÉ?!" El capitán gritó. "¿Qué más?"
"No podemos conseguir agua".
"¡¿Por qué no?!"
"Bueno, señor… es que... hay un hoyo en la cubeta, señor".
El capitán Colerico no pudo soportarlo más. Ningún respiro o pensamiento de un lugar feliz podría ayudarlo ahora. Toda su ira y frustraciones escaparon. Quería agarrar a su primer oficial y estrangularlo. Pero incluso ahora, el capitán Colerico sabía que no debería hacer algo así. Entonces, en vez de hacer eso, soltó su ira de la única manera que sabía.
“¡AHHHHHHHHHHHHHHHHHHH!”
El capitán Colerico golpeó el suelo y gritó.
“¡AHHHHHHHHHHHHHHHHHHH!”
Se puso de pie y gritó al cielo.
“¡AHHHHHHHHHHHHHHHHHHH!”
Le dio la espalda a su primer oficial y le rugió a un árbol.
“¡AHHHHHHHHHHHHHHHHHHH!”
Finalmente, se volteó hacia su primer oficial.
"Ejem", se aclaró la garganta. “Disculpe.”
"No hay problema, señor".
"Nuestros hombres no son muy inteligentes, ¿verdad, señor Rufián?"
“Pues la verdad es que no, señor. Los contrató para que fueran grandes y malos.”
"Sí, y son buenos para eso", dijo el capitán Colerico con cariño.
"Sí, señor."
“Bueno, vamos a hablar con algunos de esos hombres grandes y malos, llevemos la piedra de agua al arroyo, a mojarla, para afilar el hacha y conseguir un poco de madera para arreglar la cubeta, para reparar el barco y salirnos de esta isla horrible”.
"¡Sí, capitán! Enseguida Capitán.”
Era un buen capitán. Él sabía cuándo regresar.
Caminaron de regreso a donde estaban reunidos sus hombres, en la playa cerca de donde estaba anclado el barco. Sus hombres lo vieron venir. Rápidamente, se pusieron a trabajar duro, o al menos a fingir que estar trabajando duro. Aunque no eran los hombres más brillantes, sabían que no podían flojear cuando el Capitán estaba de mal humor. No sabían si en este momento él estaba de mal humor, pero normalmente lo estaba, así que siempre era mejor echarle duro por si acaso.
"Señor Rufián…”, dijo.
"¿Sí, capitán?"
"La cubeta."
"De inmediato, Capitán". El señor Rufián le entregó la cubeta.
Acercó la cubeta a su cara y miró a través del agujero en el fondo, como si fuera un telescopio, y miró a sus hombres. Se detuvo cuando vio un hombre apoyándose en un hacha.
“¡Oiga, Haragán!", gritó. Bajó la cubeta. La cubeta en realidad no era un telescopio y el hombre en realidad estaba solo a unos metros de distancia. El hombre no era más haragán que los demás. Ese solamente era su nombre.
“Oiga, usted”, dijo el capitán otra vez en voz normal. “Déjeme ver esa piedra de agua”.
"Está sequísima, señor". Haragán sacó la piedra de agua de su bolsillo y se la mostró al capitán.
El capitán Colerico tomó la piedra y simplemente dijo: “Sígame. Traiga el hacha”.
Haragán lo siguió obedientemente y, después de una caminada por la playa, llegaron a un arroyo pequeño. El capitán Colerico señaló hacia el arroyo y le dió la piedra de agua a Haragán, sonriendo alentadoramente. Haragán simplemente se le quedó viendo confundido y no hizo nada. No estaba acostumbrado a que su Capitán sonriera y no sabía que significaba.
El Capitán volvió a señalar el arroyo y luego señaló la piedra de afilar. Esta vez frunció el ceño alentadoramente.
Y aun así, Haragán no hizo nada.
El Capitán sintió que su rostro se calentaba, sus puños comenzaron a cerrarse y una nueva ola de gritos venían rápidamente. Pero recordó, justo a tiempo, las sabias palabras del señor Rufián. Había contratado a Haragán para que fuera grande y malo. Y sabía que cuando Haragán tuviera un hacha afilada, él era muy bueno para cortar cosas con ella..
Señaló el arroyo por la última vez.
"Es agua."
Haragán asintió.
"Está mojada."
Haragán asintió.
"Puede usar el agua para mojar la piedra… de agua".
Haragán sonrió lentamente y asintió. Finalmente, entendió lo que estaba pasando.
"No necesitaba la cubeta, ¿verdad Capitán?"
“¿Para la piedra? No, pero deberíamos arreglarla de todas maneras. Quiero que todo esté en las mejores condiciones antes de irnos”.
“Esa es una buena idea, señor. Supongo que por eso es usted el capitán”.
"Sí", dijo. "Y la verdad es, ¿quiénes son los hombres sin su capitán?"
El capitán Colerico se quedó con sus hombres y ayudó con las reparaciones. Odiaba hacer reparaciones. Odiaba ayudar. Solo que odiaba a las islas desiertas más. También se dio cuenta de que necesitaba estar con sus hombres.
Trabajando juntos, rápidamente terminaron las reparaciones. El barco no se veía bonito, pero podía navegar. Los piratas desmantelaron su campamento temporal y guardaron municiones.
"Señor Rufián”, dijo el capitán Colerico, cuando ya estaban listos.
"¿Sí, capitán?"
“Dígale a los hombres que leven anclas para irnos”.
"Sí, capitán."
El señor Rufián les dio las órdenes del capitán a los demás y se fueron. Con la isla desierta por detrás y el mar abierto frente a ellos, por un breve momento, los hombres vieron una de las vistas más raras de todas: el capitán Colerico, feliz.
El fin.
Gracias por escuchar Problemas de piratas, un cuento escrito por Ryan Aoto y leído por Daniel Fernando. Esta fue una grabación y traducción de LibraryCall.