Felicia y las Clavelinas Rosadas (Felicia and the Pot of Pinks)
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Transliterated Title:
Felicia y las Clavelinas Rosadas
English Title:
Felicia and the Pot of Pinks
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“Felicia y las Clavelinas Rosadas”
Había una vez un pobre trabajador, que cuando sabía que no le quedaba mucho de vida, deseo dividir sus posesiones, entre su hijo e hija, a quien amaba tanto.
El los llamo, y les dijo, “su madre me trajo como dote cuando nos casamos dos banquitos de madera, y una cama de paja. Aparte de eso, tengo una gallina, una maceta de clavelinas rosadas, y un anillo de plata, quien me lo regalo una señora de una familia noble quien se hospedó un día en mi cabaña.
“Antes de irse ella me dijo, “Cuida mucho mis regalos, buen hombre, ve que no pierdas ni el anillo, ni que se te olvide regar las clavelinas. Y por tu hija prometo que ella será la más bella persona que has visto, le pondrás el nombre de Felicia, y cuando crezca dale el anillo, y la maceta de clavelinas.” Ahora te digo a ti hija mía, toma el anillo y las clavelinas rosadas. Y para tu hermano que se quede con todo lo demás.”
Cuando murió su padre, los hermanos lloraron por él, y dividieron las posesiones como su padre se los había pedido. Felicia pensó que su hermano la quería, pero cuando ella se sentó en uno de los banquitos de madera, se molestó y dijo, “Quédate con tus clavelinas rosadas y tu anillo. No toques mis cosas porque yo mando en mi casa.”
Felicia, quien era tímida y sensible, se paró del banquito, mientras Bruno, su hermano, se sentó cómodamente junto al fuego de la chimenea. Cuando vino la hora de la cena, Bruno comió unos huevos deliciosos, y le tiro las cascaras de los huevos a Felicia diciéndole, “Esto es todo lo que puedo darte. Si no te gusta, ve y atrapa ranas; que hay muchas en la laguna.”
Felicia no contesto y se fue a su habitación. Las clavelinas rosadas llenaron el cuarto de Felicia con su dulce aroma, y Felicia se les acerco diciéndoles, “Bellas clavelinas, tan dulces y bonitas, ustedes son el único consuelo que me queda.”
Se acerco un poco más y se dio cuenta que se estaban secando. Tomando su jarrón, ella salió de la cabaña y con la luz de la luna, fue a la fuente por agua, que por cierto quedaba un poco lejos. Cuando ella llego, se sentó un poco a descansar, pero no estaba sentaba por mucho tiempo cuando vio a una distancia una mujer caminando en su dirección.
La mujer no venía sola, estaba acompañada por su servidumbre y seis madrinas de honor.
Felicia se había escondido detrás de un árbol, y estaba muy sorprendida por la gente que acabo de llegar. En unos momentos la Reina dijo, “Hay una muchacha escondiéndose por allí, vayan y tráiganla.”
Escuchando esto, Felicia dio paso al frente y saludo a la Reina penosamente, pero con tanta amabilidad y cordura que todos estaban sorprendidos.
“¿Qué haces tú por estos rumbos, muchacha?” le pregunto la Reina, “no te dan miedo los rateros?”
“Reina,” empezó Felicia, “yo soy una pobre muchacha con nada que perder.”
“¿No eres muy rica, entonces?” cuestiono la Reina.
“No soy rica. Soy tan pobre que nomás soy dueña de una maceta de clavelinas rosadas y un anillo de plata que me heredo mi padre,” Felicia le contesto.
“Pero tienes corazón, ¿“qué harías si alguien te lo robara?”
“Yo no sé cómo se siente perder el corazón, señora, pero he escuchado que uno no puede vivir sin corazón, y si está roto, uno moriría. Y aunque sea pobre, no me sentiría mal por estar viva,” Felicia dijo.
“Tienes mucha razón en querer cuidar tu corazón,” continuo la Reina.
“¿Pero dime, quiero saber que estabas haciendo muy tarde por aquí,” le pregunto la Reina a Felicia.
“Vine a llenar mi jarrón de agua para regar mis clavelinas rosadas, señora, “Felicia contesto, agachándose a rejuntar el jarrón para enseñárselo a la Reina. Felicia se asombró a descubrir que el jarrón estaba convertido de oro, brillando con diamantes, y el agua que contenía, olía más dulce que las rosas.
La Reina, viendo a Felicia indecisa por llevarse el jarrón dijo, “Es tuyo, Felicia. Ve y riega tus clavelinas. Y acuérdate que tienes como una amiga, la Reina del Bosque.”
La muchacha se echó a los pies de la Reina, y le agradeció por sus palabras generosas.
“¿Señora, le pido quedarse un momento mientras yo voy y traigo mi maceta de clavelinas rosadas para dárselas? Estoy segura de que estarán en buenas manos con usted.”
“Ve Felicia,” dijo la Reina, tocándole la mejilla, “Yo esperare aquí hasta que vuelvas.”
Tomando su jarrón, Felicia se fue de prisa hasta la cabaña. Pero mientras ella se había ido, Bruno había entrado al cuarto y le robo la maceta de clavelinas, dejando una lechuga en su lugar.
Cuando Felicia vio la lechuga, se desconcertó mucho que no supo que hacer. Al fin fue corriendo a la fuente con la Reina. Se arrodillo ante ella, y dijo, “Reina, Bruno me ha robado mi maceta de clavelinas. No tengo nada, pero mi anillo de plata. Le ruego que lo acepte como prueba de mi agradecimiento.”
“Pero si me das tu anillo, te quedaras sin nada, ¿qué aras entonces?” Le pregunto la Reina.
“Con tener su amistad me basta y estaré bien,” Felicia le contesto.
Entonces, la Reina le acepto el anillo a Felicia, se lo puso en el dedo, y se montó en su carrosa. Felicia se quedó viendo tras de la Reina hasta que la carrosa desapareció detrás de los árboles del bosque y luego Felicia empezó rumbo a casa.
Lo primero que Felicia hizo cuando llego a su cuarto fue tirar la lechuga por la ventana.
Pero le sorprendió mucho cuando escucho un chillido gritar, “oh no, ¡estoy medio muerto!”, Ella no puedo comprender de donde vino la voz porque, ¡por supuesto que las lechugas no hablan!
Al día siguiente cuando amaneció, Felicia salió en busca de ellas.
Mientras lo hacía, vio pasar la gallina de Bruno. Cuando la atrapo dijo, ¡“Ven aquí gallinita! Tu pagaras el precio por las maldades que me ha hecho mi hermano.”
“Señorita, por favor,” dijo la gallina, “no me mate. Soy chismosa y le podría contar cosas que hasta usted se sorprendería. Usted no era la hija del pobre trabajador quien la crio.
Su madre era una Reina quien ya tenía seis hijas, y su esposo el Rey, la amenazo que, si no le daba un hijo barón, para tener heredero del palacio, mandaría que le cortaran la cabeza.”
“Cuando la Reina tuvo otra hija se asustó mucho, y se puso de acuerdo con su hermana, quien era un hada, para intercambiar sus hijos después de nacer, porque su hermana la hada, había dado a luz a un niño.
Ahora la Reina estuvo encerada en la torre por órdenes del Rey, y cuando pasaron muchos días, y la Reina no había recibido noticias de su hermana, ella planeo su escape, bajándose por la ventana con un chicote, llevándose a su beba.”
“Después de andar perdida por el bosque por mucho tiempo, casi muerta y con mucho frio, llego a una cabaña. Yo era la esposa del pobre trabajador, y era buena enfermera, por lo tanto, la Reina la dejo conmigo para cuidarla y me conto sobre sus desdichas. Antes de fallecer, ella me dijo que iba ser de usted.”
“Nunca en mi vida pude mantener un secreto. Un día llego una señorita muy bonita, y se lo conté todo. Cuando termine, ella me toco el brazo y de repente me convertí en una gallina. Estaba muy triste, y mi esposo, que no estaba en casa cuando sucedió, nunca supo que fue de mí.
Esa misma señorita regreso una vez más. Ordeno que te llamarías Felicia, y dejo un anillo de plata y una maceta de clavelinas rosadas para que se te entregaran. En ese mismo rato llegaron veinticinco soldados del Rey, quien ordeno que te buscaran y mataran, pero la Señorita murmuro unas palabras y todos los soldados se convirtieron en lechugas. Era uno de ellos quien aventaste por la ventana anoche.”
“Yo ni sabía que él podía hablar – nunca había escuchado ninguno decir una palabra, ni yo podía hablar, hasta el día de hoy.”
Bruno se había ido al bosque, nunca pensando que Felicia se atrevería buscar las clavelinas en su cuarto.
Pero al abrir la puerta del cuarto de Bruno se encontró con una guardia de ratones cuidando la cama de paja. Cuando intento ella de acercarse, le brincaban, mordiendo y rasguñándola.
De repente se le ocurrió ir por su jarrón de agua, esperando que tuviera unos poderes mágicos. Cuando regreso con el jarrón y rocío unas gotas de agua encima de ellas, las ratas salieron volando. La Princesa entonces pudo recuperar sus clavelinas. Las encontró muriendo de sed, y rápidamente les sirvió el agua que quedaba en el jarrón.
Cuando Felicia se amono junto a ellas, oliendo su dulce perfume, una voz, que pareciera que salió de la hoja, dijo suavemente, “Querida Felicia, al fin ha llegado el día que tendré el gusto en decirte que hasta las flores te aman y se alegran con tu belleza.”
La Princesa Felicia, sintiéndose que era mucho de lo que acaba de ser testigo, con la lechuga, la gallina y las clavelinas hablando, y la guardia de ratas, se puso muy pálida y se desmallo.
En ese momento llego Bruno que cuando vio que Felicia había encontrado la maceta de clavelinas, se enfureció y la arrastro desde el cuarto al jardín, encerándola fuera de la casa. El aire fresco hizo que Felicia volviera en sí, y cuando abrió los ojos lo primero que vio fue a la Reina del Bosque, viendo sobre ella.
“Tu hermano no se porta muy bien contigo,” La Reina dijo, “vi cómo te echo de la casa. ¿Lo castigare por lo que te hizo?”
“Por favor no!” Le rogo Felicia.
“Pero suponiendo que no fuera tu hermano, después de todo, ¿qué dirías entonces?” La Reina pregunto.
“Oh, pero creo que, si lo es,” dijo Felicia.
“Qué!” exclamo la Reina. “No sabes que eres la Princesa?”
“Me acabo de enterar hace unos momentos, señora, ¿pero ¿cómo creerlo sin pruebas?”
“Querida criatura,” dijo la Reina, “el modo en que hablas me asegura que, a pesar de tu humilde educación, tú en verdad eres la princesa.”
La Reina fue interrumpida por la llegada de un muchacho joven y guapo. Traía puesto un abrigo echo de terciopelo verde, abrochado con broches de esmeralda, y una corna de clavelinas en su cabeza. Él se arrodillo enfrente de la Reina y le beso la mano.
¡La Reina abrazo al joven y dijo “hijo mío, que gusto me da ver que estés bien!”
Volteando a ver a Felicia, la Reina dijo, “Encantadora Princesa, se todo lo que te conto la gallina, pero tú no has escuchado todo el cuento.
Los céfiros, quienes fueron encargados a llevar a mi hijo a la torre donde estaba tu madre, quien ansiosamente lo esperaba, lo dejaron en el jardín de flores mientras fueron avisarle a mi hermana. De rato, llego un hada, con quien yo había tenido un pleito, y lo convirtió en una clavelina, y no había nada que yo pude hacer para evitarlo.”
“Te podrías imaginar lo enojada que estaba, e intenté de buscar la forma de deshacer el hechizo, pero no se pude hacer nada. Lo único que pude hacer era traer al Príncipe Pink al lugar donde tu pasarías tu infancia, esperando que cuando estuvieras grande, él podría amarte y con tu cuidado, el regresaría hacer el mismo de antes.
Y como lo esperaba, todo ya está bien. Cuando me regalaste tu anillo de plata, sabía que era una señal que el hechizo estaba por terminar, y la última oportunidad que tenía mi enemiga la hada, era darte un susto con su guardia de ratas, pero su plan le fallo.”
“Y ahora mi querida Felicia, si te casas con mi hijo con este anillo, tu futuro tendrá la felicidad asegurada. ¿Lo crees amable y guapo suficientemente para querer casarte con él?”
¿Como puedo explicar la causa de mi indecisión? Por primera vez en mi vida, me siento querida. ¿Podrá usted darme el corazón del Príncipe?”
“Pero mi corazón ya es tuyo, ¡querida Princesa!” el Príncipe Pink exclamo, tomando la mano de Felicia en la suya. “¡Si no hubiera sido por el hechizo que me mantenía sin poder hablar, hace mucho tiempo que te hubiera dicho cuanto te amaba!”
Al escuchar esto, la Princesa se sintió muy feliz, y la Reina, la toco con su varita mágica y dijo, “Deseo que lleves ropa puesta de tu altura y belleza.”
E inmediatamente el vestido de algodón que traía puesto la Princesa, se convirtió en una bata con un bordo color plata, y su pelo oscuro y suave, estaba echo entrenzado con una corona de diamantes, y un velo blanco. Con sus ojos brillando, y sus mejillas rozadas, Felicia era una vista maravillosa que el Príncipe Pink no lo podía creer.
“Pero que linda eres, Felicia,” el exclamo, “Por favor, dame una respuesta, di que te casaras conmigo.”
En ese momento, Bruno, quien iba regresar a trabajar, salió de la cabaña. Pensó que andaba soñando cuando vio a Felicia; pero ella lo llamo amablemente y le pidió a la Reina que se compadeciera de él.
“Por qué?,” pregunto la Reina, ¿“cuando él nunca fue generoso contigo?”
“Señora,” dijo la Princesa Felicia, “estoy tan contenta, ¡que desearía que también todos fueran felices!”
La Reina le dio un beso a Felicia, y le dijo, “Bueno, para darte gusto, veré lo que puedo hacer por él.” Y con un movimiento de su varita, ella convirtió la cabaña en un palacio enorme, lleno de tesoros, pero los dos banquitos de madera, al igual la cama de paja, permanecieron allí para recordarle de su pobreza.
Luego, la Reina toco a Bruno y cambio su forma de ser. Lo convirtió en una persona gentil, amable, y generosa. Bruno le dio las gracias a la Reina y la Princesa.
Por lo último, la Reina, levanto el hechizo que le había puesto a la gallina y las lechugas, convirtiéndolos en humanos, y todos se fueron contentos. Y la Princesa Felicia y el Príncipe Pink se casaron pronto y vivieron felizmente.