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Caperucita Roja

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Caperucita Roja Había una vez una dulce niña que quería mucho a su madre y a su abuela. Les ayudaba en todo lo que podía y como era tan buena el día de su cumpleaños su abuela le regaló una caperuza roja. Como le gustaba tanto e iba con ella a todas partes, pronto todos empezaron a llamarla Caperucita roja. Un día la abuela de Caperucita, que vivía en el bosque, enfermó y la madre de Caperucita le pidió que le llevara una cesta con una torta y un tarro de mantequilla.

El Principe Feliz

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El Principe Feliz Por encima de la ciudad entera, encima de un pedestal, se alzaba la estatua del Príncipe Feliz. Estaba hecha de finísimas hojas de oro, tenía por ojos dos deslumbrantes zafiros y un rubí rojo en el puño de su espada. Tal era la belleza del Príncipe Feliz que todo el mundo lo admiraba. - Es igual de hermoso que una veleta, dijo uno de los concejales. - Tienes que ser como el Príncipe feliz hijo mío. El nunca llora - le dijo una madre a su hijo que lloraba porque quería la Luna. - ¡Parece un ángel!

La Sirenita

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La Sirenita En medio del mar, en las más grandes profundidades, se extendía un reino mágico, el reino del pueblo del mar. Un lugar de extraordinaria belleza rodeado por flores y plantas únicas y en el que se encontraba el castillo del rey del mar. Él y sus seis hijas vivían felices en medio de tanta belleza. Ellas pasaban el día jugando y cuidando de sus flores en los majestuosos jardines de árboles azules y rojos. La más pequeña de ellas, era la más especial. Su piel era blanca y suave, sus ojos grandes y azules, pero como el resto de las sirenas, tenía cola de pez.

La Familia Feliz

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La Familia Feliz Había una vez una vieja casa construida junto a un frondoso bosque. Sus habitantes comían muchos caracoles, porque les encantaban. Pero llegó un día en el que se acabaron, y tuvieron que dejar de comerlos. Lo que sí que había en el bosque eran muchos lampazos, las plantas que comían los caracoles. Y como no había caracoles para comerlas, estas plantas estaban invadiéndolo todo. Pero no todos los caracoles se habían extinguido. Todavía quedaban dos caracoles blancos, la especie más noble de todos los caracoles.

Anansi y Tortuga

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Anansi y Tortuga Un día, la araña Anansi recogió unos papitas de su huerto. Sin espera, los horneó con cuidado y deleitado se sentó a comer. Justo en ese momento, escuchó que llamaban a la puerta. —¿Quién podrá ser? —se preguntó muy irritado—. Al abrir la puerta descubrió que era su amigo Tortuga. Tortuga, muy hambriento y cansado le preguntó si podía acompañarlo a comer. Anansi era muy egoísta y no quería compartir sus papitas, pero según las leyes de la jungla, no podía negarse a dejar entrar un amigo a su casa.