El mono y el cangrejo
Audio Type:
story
Language:
English Title:
The Monkey and the Crab
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Duration:
10:44
Transcript:
Este cuento se llama “El mono y el cangrejo”, una adaptación de la fábula japonesa llamada “La batalla del mono y el cangrejo”, escrito por Ryan Aoto y leído por Daniel Fernando. Esta es una grabación y traducción de LibraryCall.
Un día, un mono caminó hacia la orilla de un río. Ahí vio a un cangrejo sosteniendo un omusubi, una golosina muy deliciosa que es una bola de arroz envuelta en alga. Su primer pensamiento fue correr hacia el cangrejo y robarse el omusubi, ya que tenía hambre y era muy codicioso. El cangrejo era mucho más pequeño que el mono, así que debería de ser fácil. Justo antes de lanzarse hacia él, notó las pinzas afiladas del cangrejo.
“No me gustaría ser pellizcado por esas pinzas”, pensó el mono. Era igual de cobarde como egoísta. Así que mejor decidió hablar con el cangrejo.
“Hola cangrejo”, dijo el mono con una voz amigable. “¿En dónde conseguiste ese omusubi?”
“Alguien debe haberlo perdido por el río durante un picnic”, respondió el cangrejo.
“Se ve muy pesado”, dijo el mono, fingiendo que le importaba. “¿Quizás puedo ayudarte a cargarlo?”
“Muy amable,” respondió el cangrejo, “pero soy más fuerte de lo que parezco.”
Era cierto. El cangrejo no parecía tener ni un problema cargando el omusubi. El mono se alegró de no haber intentado robárselo.
“Sí, ya me di cuenta. ¿Te haces tan fuerte comiendo tanto?”, preguntó el mono.
“Ay no”. El cangrejo se rio. “Este omusubi no es solo para mí. ¡Lo voy a compartir con mi familia!”
Eso sorprendió al mono. La idea de compartir una golosina tan deliciosa nunca se le hubiera ocurrido. En ese momento, notó una semilla de persimonio que alguien había dejado en el piso. De repente, el mono tuvo una idea.
“¿Tu familia?”, preguntó, levantando la semilla con el pie. “¿Es una familia grande?”
“Sí”, contestó el cangrejo.
“Si tienes una familia grande, incluso una bola de arroz de ese tamaño no les durará mucho.”
“Eso es cierto”, contestó el cangrejo.
“Bueno, en ese caso, te propongo un intercambio”.
“¿Un intercambio?”
“Sí. Si me das tu omusubi, yo te daré esta semilla que estaba guardando para mi jardín”.
“¿Y a mí de qué me sirve una semilla?”, le preguntó el cangrejo, confundido.
“Esta es una semilla de persimonios. Si la plantas, un gran árbol crecerá y te dará cientos de frutas anaranjadas. Los persimonios son unas de las frutas más jugosas y deliciosas que te puedas imaginar”.
“Los árboles tardan años para crecer”, respondió el cangrejo.
“También las familias. Además, los árboles no solo dan fruta una vez. Te dará persimonios año tras año. Con un poquito de trabajo, y el pequeño pago de esa bola de arroz, ustedes tendrán golosinas por generaciones”.
Lo que el mono dijo era cierto, pero él solamente lo decía por qué quería engañar al cangrejo y quitarle su golosina.
“Los cangrejos no pueden trepar bien. ¿Cómo conseguiremos la fruta?”
“Jaja”, se rio el mono. “Buen punto. ¿Ves ese árbol de allá? Yo vivo ahí”, mintió el mono. “Me mudé la semana pasada. Cuando el árbol de persimonios crezca, ven por mí y yo te ayudaré a recoger la fruta”.
El cangrejo pensó por un buen rato. “Sale, es un trato”, dijo el cangrejo. Le entregó el musubi y tomó la semilla.
“Gracias, vecino”, dijo el mono con una sonrisa falsa. “¡Te visitaré pronto para ver como va creciendo el árbol!”. El cangrejo se despidió y regresó a su hogar. El mono sonrió por su propia astucia, se burló del cangrejo, y con su boca mentirosa se comió el omusubi.
El cangrejo fue a casa y plantó la semilla. Unos años después, un gran árbol había crecido. Cuando los persimonios finalmente maduraron, el cangrejo recordó la promesa del mono para ayudar a recoger la fruta. Fue al árbol donde según él vivía, pero ninguno de los animales reconocían al mono. Esto confundió al cangrejo y le preocupó. ¿Cómo iba a alcanzar la fruta?
Sus hijos tenían la respuesta. Ellos eran cangrejos muy creativos a quienes les encantaba jugar y construir cosas. Intentaron y fallaron de recolectar a los persimonios. Primero, construyeron un trampolín, pero no pudieron brincar lo suficientemente alto para alcanzar la fruta. Después, construyeron una catapulta, pero tuvieron el problema contrario. Se lanzaron demasiado alto encima del árbol y cayeron al río. Los cangrejos siguieron intentando sin rendirse. Pronto, habían construído una escalera hecha de caña y la usaron para escalar el árbol y recolectar los persimonios maduros y jugosos. Los cangrejos tenían fruta de sobra y contentos la compartieron con sus amigos y vecinos.
Eventualmente, en un día frío en otoño, el mono había regresado a la misma orilla del río. Escuchó a unos pájaros platicando sobre una familia de cangrejos que se estaban preparando para su cosecha anual de persimonios. ¡El cangrejo con el omusubi si había plantado la semilla! Y pudo hacer que creciera un árbol de fruta. Rápidamente, la sorpresa del mono se convirtió en codicia. ¡Era su semilla la que el cangrejo había plantado! ¡El árbol era suyo! ¡Se estaban comiendo su fruta! El mono buscó el árbol alrededor de la orilla del río hasta que lo encontró. Lo trepó lo más rápido que pudo y comenzó a devorar persimonios. Eran dulces, jugosos y deliciosos.
“¿Quién anda por allá arriba?”, llamó una voz. El mono miró hacia abajo y vio al cangrejo. “¡Aa, eres tú!”, dijo el cangrejo. “Creí que no te volvería a ver.”
“Mmmm”, contestó groseramente el mono. “Quieres decir que deseabas nunca verme otra vez. No querías compartir los persimonios que te di”.
“¿Cómo?”, dijo el cangrejo confundido. “Intenté encontrarte varias veces”.
“Mentiras”, respondió el mono. Las criaturas mentirosas suelen acusar de mentiras a los demás. “Simplemente no querías compartirlos”.
“Eso no es cierto”, respondió el cangrejo, ya enojado. En ese momento, finalmente vio al mono como la criatura egoísta que era. “¡Vete de nuestro árbol!”
“Oblígame”, se burló el mono, y continuó a devorarse persimonios.
El mono creía que estaba a salvo de las pinzas del cangrejo, ya que no había visto las escaleras. Cuando notó al cangrejo trepando el árbol hacia él, se asustó. Tomó persimonios verdes y los lanzó hacia el cangrejo. Los persimonios maduros son suaves, pero los verdes son fuertes y sólidos como piedras. Rompieron la cáscara del pobre cangrejo y lo tiraron del árbol. El mono agarró tantos persimonios como pudo y huyó.
Pronto, los hijos del cangrejo encontraron a su padre. Fue una suerte que lo hallaron en ese momento, ya que pudo haber muerto. El cangrejo le contó a sus hijos todo lo que pasó mientras lo cargaban a su casa a vendarlo. Mientras él descansaba, sus hijos furiosos discutieron el incidente y crearon un plan.
Al día siguiente, los cangrejos jóvenes pidieron a sus amigos pájaros que les ayudaran a volar sobre el campo para encontrar al mono. Rápidamente lo localizaron en otro árbol, no muy lejos de la orilla del río. Entonces, los cangrejos fueron a buscar materiales que les ayudarían con su plan– un huevo, algas y piedras. También pidieron ayuda a las abejas, quienes felizmente aceptaron, ya que los cangrejos siempre habían sido buenos vecinos.
Todos se reunieron calladitos junto al árbol donde el mono dormía. Los cangrejos colocaron las algas alrededor del árbol y se escondieron en las colinas. Las abejas se escondieron en las ramas del árbol debajo del mono durmiente, y los pájaros esperaron en un árbol cercano. Ya que todos estaban listos, los cangrejos dieron la señal. Los pájaros volaron sobre el mono y tiraron el huevo en su cabeza, lo que lo despertó. El mono se cayó a las ramas de abajo, las cuales estaban llenas de abejas. Gritó de dolor al ser picado por ellas una y otra vez. Se bajó del árbol lo más rápido que pudo, pero en vez de aterrizar en tierra, sus pies tocaron algas resbaladizas. Cayó al piso golpeado y moreteado. Cuando trató de levantarse, una piedra le pegó en el brazo, tirándolo al piso una vez más. Al levantar la vista, vio a docenas de cangrejos con piedras en las pinzas, listos para lanzarlas todas hacia él.
La hija mayor caminó hacia él y le dijo:
“Nuestro papá nos contó de ti. Él te consideraba un amigo. Felizmente hubiéramos compartido lo nuestro contigo, como lo hacemos con todos nuestros vecinos. Pero decidiste ser nuestro enemigo con tu egoísmo y avaricia. Vete de aquí y nunca regreses.”
En ese momento, el mono se dio cuenta qué ninguna mentira, engaña, o conspiración lo ayudaría a salir de esa situación. Su avaricia casi le costó la vida. Corrió lo más rápido que pudo y nunca volvió.