El patito feo
Audio Type:
story
Language:
English Title:
The Ugly Duckling
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Duration:
8:03
Transcript:
Este cuento se llama El patito feo, escrito por Hans Christian Andersen y narrado por Lorena Romero. Esta es una adaptación y grabación de LibraryCall.
El campo era tan hermoso durante el verano. El trigo era amarillo y la avena todavía estaba verde. Desde el alto del campo hasta el agua crecían plantas grandes con hojas enormes, y ahí había hecho una pata su nido. Estaba empollando sus patitos, pero la pata empezó a perder la paciencia. Por fin, uno tras otro, fueron rompiéndose los huevos.
“¡Pío, pío!” decían los patitos, asomando sus cabezas por el cascarón.
“¡Cuac, cuac!” dijo la mamá pata, y entonces todos los patitos salieron correteando lo mejor que sabían, y miraban por todas partes bajo las hojas verdes.
“¡Qué grande es el mundo!” dijeron los pequeños. Naturalmente, ahora tenían muchísimo más espacio del que habían tenido dentro del huevo.
"¿Ustedes creen que este es el mundo entero?", dijo la madre. “Se extiende muchísimo, hasta el otro lado del jardín; ¡pero nunca he llegado tan lejos! ¿Ya están todos aquí?”
Ella se levantó.
“No, el huevo más grande sigue ahí. ¿Cuánto tiempo te vas a tardar?” Y la pata se sentó de nuevo a empollar.
“Bueno, ¿cómo anda todo?” dijo una pata viejita, que venía de visita.
“¡Falta un huevo, pero se está tardando mucho!” dijo la pata empollando.
“Déjame ver este huevo que no se rompe”, dijo la pata vieja. “Te apuesto que es huevo de una pava. ¡Sí, es un huevo de pava! Déjalo ahí y enséñales a nadar a los otros patitos”.
“Voy a seguir empollándolo un rato”, dijo la pata. “Lo he estado haciendo tanto tiempo que puedo seguir un poco más”.
“Cómo tú quieras!” dijo la pata vieja, y se marchó.
Por fin se rompió el huevo enorme. “¡Pío, pío!” dijo el patito y salió rodando. Era grande y muy feo, y la pata exclamó, “¡Es un patito espantosamente grande! No se parece a ninguno de los otros. ¿Será un pavo? Para saberlo..., ¡al agua se vá!”
El día siguiente fue espléndido. La mamá pata, con toda su familia, se acercó al foso y... ¡Plum!, saltó al agua. “¡Cuac, cuac!”, ella dijo, y todos los patitos saltaron uno tras otro; el agua les cubria hasta la cabeza, pero en un instante volvieron a aparecer, flotando de maravilla. Sus patitas se movían por sí mismas sin dificultad y todos, incluso el patito gordo y gris, salieron nadando.
“No, no es un pavo”, dijo la pata. “Mira con qué agilidad mueve las piernas, y lo derecho que se mantiene. No hay duda de que es uno de mis pequeños ¡Cuac, cuac! Vengan conmigo para que les enseñe el mundo y les presente en el corral de los patos”.
Cuando entraron al corral, los patos que estaban ahí miraron a la familia con desdén, y en voz alta dijeron, “¡Vaya! ¡Qué feo está ese pato!” Pronto, un pato voló hacia él y le mordió el cuello.
“¡Déjalo tranquilo!” dijo la madre. “No le ha hecho daño a nadie”.
“Sí, pero es demasiado grande y raro”, dijo el pato que le había picado.
“Puede que no sea bello'', dijo la madre de los patitos, “pero tiene un carácter muy cariñoso. Nada tan bien como los otros, y me atrevo a decir que incluso nada mejor. Espero que cuando crezca mejore su aspecto y, con el tiempo, no se vea tan grande. ¡Permaneció demasiado tiempo en el cascarón, y por eso no sacó la proporción debida!” La pata acarició al patito feo en el cuello con su pico y le alisó las plumas.
Así pasó el primer día. Después, las cosas fueron empeorando. El pobre patito feo fue perseguido, empujado, picoteado y acosado por todos los patos, incluyendo sus hermanos, y a veces su madre.
Harto de todo, el patito huyó del corral. Saltó revoloteando sobre la cerca, y los pajarillos que estaban en los arbustos salieron volando espantados.
“¡Es que soy tan feo!” pensó el patito, y cerró los ojos, pero no dejó de correr. Así llegó al gran pantano, donde vivían los patos salvajes, y ahí pasó toda la noche. En la mañana los patos silvestres observaron a su nuevo compañero.
“¿Quién eres tú?” le preguntaron. El patito hizo reverencias a todos los lados y saludó lo mejor que sabía. “¡Qué feo eres!” dijeron los patos salvajes. “Pero a nosotros no nos importa”.
Ahí pasó dos días enteros, hasta que el patito dijo tristemente, “Creo que me iré a explorar al mundo ancho”.
Pronto llegó el otoño. En el bosque, las hojas se volvieron amarillas y rojas. El viento las arrancaba de los árboles y danzaban en el cielo frío. Sobre la cerca, había un cuervo chillando “¡Au, au!” del frío que tenía. Hacía tanto frío que uno se quedaba helado solamente pensando en ello. El pobre patito la estaba pasando muy mal.
Una tarde, cuando el sol se puso plácidamente al atardecer, salió de entre los arbustos toda una banda de aves grandes y hermosas. El patito nunca había visto aves tan bellas, con un blanco resplandeciente y cuellos largos y flexibles. Eran cisnes, que, lanzando un grito fantástico, extendieron sus alas espléndidas y largas y escaparon volando de las tierras frías a los países cálidos. Volaron muy alto y el patito feo se sintió extrañamente inquieto. Giró en el agua como una rueda, levantó el cuello en la dirección a ellos y lanzó un grito tan agudo y extraño que hasta él mismo se asustó. ¡Ah, jamás podría olvidar a aquellos pájaros tan maravillosos y felices! Pero no los envidiaba, porque no podía permitirse el deseo de ser tan magnífico.
Cuando llegó la primavera, el patito estaba en el pantano, tendido entre los juncos.
De repente, agitó sus alas de golpe, que resonaron más fuertes de lo que costumbre, y lo elevaron vigorosamente. Antes de darse cuenta de donde estaba, se encontró a sí mismo en un vasto jardín, donde los manzanos estaban en flor y las lilas exhalaban su aroma. De pronto, justo enfrente de él, salieron de los arbustos tres cisnes blancos y magníficos. Con el plumaje inflado se deslizaron suavemente sobre el agua. El patito reconoció esos animales espléndidos y se sintió sobrecogido por una tristeza extraña.
“Volaré hacia ellos. Me picotearán a pedazos porque estoy bien feo. ¡Pero debo acercarme!"
Y así, voló hacia el agua y nadó en dirección a los cisnes espléndidos. Ellos lo vieron y se lanzaron hacia él con las plumas erizadas.
Inclinó la cabeza hacia el agua y esperó a que los cisnes lo acosaran. Pero, ¿qué vio en el reflejo del agua transparente? Vio su propia imagen, pero ya no era un pájaro gris, torpe, feo o repugnante: era un cisne. ¡Que importaba haber nacido en un corral de patos, cuando él salió de un huevo de cisne!
Los cisnes grandes nadaron a su alrededor y lo acariciaron con sus picos. De repente, él sintió mucha vergüenza y hundió la cabeza bajo las alas. No sabía por qué; era inmensamente feliz. Pero no sentía ni una pizca de orgullo, porque un buen corazón nunca se vuelve orgulloso. Pensó de la manera en qué había sido perseguido y acosado. Pero ahora oía a todos decirle que era una de las aves más espléndidas del mundo.
Bajo el sol ardiente, se acomodó las plumas, levantó su cuello largo y dijo: "Nunca soñé que la felicidad sería posible cuando yo solamente era un patito feo".
Colorín colorado, este cuento se ha acabado.
Gracias por escuchar El patito feo, escrito por Hans Christian Andersen y leído por Lorena Romero. Esta fue una grabación de LibraryCall.