El príncipe oso
Audio Type:
story
Language:
Transliterated Title:
El Principe Oso
English Title:
The Bear Prince
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Duration:
5:14
Transcript:
EL PRÍNCIPE OSO
Había una vez un comerciante que tenía tres hijas muy bonitas, sobre todo la más pequeña a quien quería mucho. Toda su fortuna consistía en un barco que tenía en el mar, con el que hacía sus negocios. Por entonces lo había mandado muy lejos y estaba aguardándolo, cuando le dieron la noticia de que se había ido a pique. El pobre hombre se puso muy triste porque, como no poseía más que aquel barco, estaba arruinado.
Así pasó algún tiempo y gastaron lo poco que tenía, cuando supo que el barco, que sólo había estado perdido, había encontrado el camino y estaba en un puerto aguardando sus órdenes.
El hombre estaba muy contento y dispuso ir al puerto donde estaba el barco y preguntó a sus hijas qué querían que les trajese.
—A mí, un vestido de seda,—dijo la mayor.
—Y a mí,—dijo la segunda,—un pañuelo bordado.
—¿Y tú, qué quieres?—dijo a la hija menor.
—Yo quiero una flor de lis del huerto que encuentre Vd. en el camino.
Se fue mi hombre, llegó al puerto y vendió el cargamento. Compró el vestido y el pañuelo, pero no pudo encontrar la flor de lis.
Como volvía a su casa, vio una casa con unos jardines tan hermosos, que dijo:—Voy a ver si en estos jardines tienen la flor de lis y me la venden.
Entró en la casa y no vio a nadie a quien preguntar, recorrió todos los jardines y al fin vio una planta con una flor de lis tan bonita, que se decidió a llevársela. Viendo que no había nadie a quien pedirla, fue y la cortó. Tan pronto como la había cortado, se le apareció un oso tan grande que retrocedió asustado.
—¿Quién te ha dado permiso para cortar esta flor?—le dijo el oso.
—Nadie, señor, sino que una de mis hijas me había pedido una flor de lis, no la he encontrado en ninguna parte, y al pasar por aquí entré a ver si estaba aquí, pero como no he visto a nadie, creí que no tenía dueño y la he cortado. ¿Cuánto tengo que pagar?
—Estas flores no se venden,—dijo el oso,—pero puesto que la has cortado, llévatela, pero en cambio has de traerme la más pequeña de tus hijas, la que ha pedido la flor.
—¡Ah! no señor,—dijo el padre,—a ese precio no quiero la flor, tómela Vd.
—No puede ser,—respondió el oso,—ya la has cortado y el daño que has hecho, sólo tu hija puede remediarlo; si no la traes, moriréis todos.
Se fue el pobre comerciante muy desconsolado y así que llegó a su casa, dió los regalos a sus hijas, que se pusieron muy contentas, pero como le veían siempre triste le preguntó la más pequeña:
—¿Porqué está Vd. tan triste padre?
—Por nada, hija mía,—contestó el padre.
—No; Vd. oculta alguna pena que no quiere decir, porque siempre que me mira, le veo a Vd. llorar.
Al fin tanto porfió la hija que el padre se lo contó todo.
Entonces la hija le dijo que la llevase a aquel jardín. El padre no quería, pero al fin la llevó al jardín y la dejó en la casa como había prometido al oso. Allí tenía todo lo que deseaba, pero sin ver a nadie en la casa; sólo de noche, solía oír unos quejidos en el jardín, pero no se atrevió a llegarse a ver lo que era. Al fin, una tarde oyó que los quejidos eran más tristes que de ordinario y se decidió a ver lo que era.
Entró en el jardín y junto a la planta de la flor de lis halló un oso tendido moribundo, con una mirada tan triste que a ella le dió compasión.
—¿Qué tienes?—le dijo.—¿Estás malo?
El oso le dijo que sí.
—¿Cómo puedo yo curarte?
Entonces el oso, señalando la flor y la planta, le contestó:
—El remedio está en tu mano.
Ella miró la planta y comprendiendo que de allí la había cortado su padre, puso la flor sobre el tallo. Después dió la mano al oso que se levantó convertido en un caballero joven y hermoso, el cual le dijo que era un príncipe encantado y que gracias a ella había salido del encantamiento; que si quería casarse con él, se la llevaría a su corte y sería princesa.
Se fueron y se casaron y fueron felices por toda su vida, llevándose ella a su padre y a sus hermanas, que también se casaron.